Las casualidades exquisitas son esas que te producen una sorpresa que es imposible de obtener de forma artificial por más euros que se tengan, son las que suceden muy rara vez, y que con los años aprendes a reconocer.

Cuando te suceden, algo dentro de ti te dice que lo que está aconteciendo se está grabando en esa parte de la cabeza donde se inmortalizan los grandes momentos, esos que sabes que nadie podrá arrebatarte, que por más que peines canas, o dejes de peinar cualquier cosa, seguirán acompañándote.

Quiso la casualidad que resolviéramos por fin a cumplir uno de esos planes inconclusos que se dicen y se quedan en el aire. El plan carecía de grandes pretensiones, simplemente ir a un restaurante en Portugal donde se comía bien, en grandes cantidades, muy económico y singular.

El Restaurante Adega Velha era una bodega convertida en restaurante. Desde el principio de la calle se observaba cierto revuelo, gente esperando a por una mesa supusimos. Según nos acercamos constatamos algo que Abraham, ideólogo del viaje (gracias por el viaje!) ya nos había advertido, y es que es habitual que en el sitio los hombres del pueblo canten canciones populares sin más instrumentos que sus voces.

Ya al entrar al local Manuel reconoció que lo que cantaban era la "Grândola, Vila Morena". Reconozco con vergüenza que me tuvo que explicar que significaba la canción. Con esos ingredientes la escena tomaba otro color, una especie de blanco y negro digna de un episodio de Cuéntame.

Mientras esperábamos la mesa, diversas canciones portuguesas se sucedieron, y la Grândola se repitió casi por petición popular, ya que al corro de hombres que cantaba se iban uniendo voces de forma espontánea, algunas de ellas desde diferentes puntos del restaurante. Se palpaba en el ambiente un sentimiento de patria que me produjo una inevitable envidia.

Quiso la casualidad (y mi ignorancia) que aprendiera qué es, y sobretodo que significado tiene esa canción para los portugueses, el día antes a la conmemoración del 36 aniversario de la incruenta Revolución de los Claveles.

Quiso la casualidad que se registrara en mi memoria el sonido de la canción en una bodega que ,a modo de cápsula del tiempo, conservaba con dignidad todo lo antiguo, en la que los mayores del pueblo la cantaban con la voz ronca que te impone los años y el aguardiente con el que brindaban.

Para colmo de la magia del día, del lugar, de la compañía, de los cánticos, de la comida... nos interrumpieron un par de veces la comida para recitar versos, en español y portugués. Irrepetible.

Felicidades Portugal!