Normalmente los viajes se hacen por placer. Cuando mi amigo Abraham ve que se le escapan los meses uno tras otros sumando años y sigue sin viajar, se reniega, y jura por Barrabás que viajara aunque sea con una mochila a lo Labordeta. Viajar es abrir la mente y las sensaciones.

Pero no todos los viajes son iguales. Ayer vi a un conocido que iba a iniciar un viaje, con cambio de continente incluido, es decir, de los gordos. Estaba nervioso, excitado, eufórico. Rebuscaba constantemente entre sus bolsillos papeles y documentos, como repasando mentalmente una lista de cosas que no se le deben olvidar.

Era el segundo intento, ya que para que su viaje salga bien tiene coordinar trabajo, dinero, autobuses, vuelos, casa en el destino, y un largo etc. Tras la decepción del primero, en este había tenido mucho mas cuidado en las cosas, pero el retraso de más de un mes desde que decidió viajar había supuesto un duro varapalo en su moral.

Pero en su mirada había un sentimiento que creo que no había visto nunca, como una sensación, una electricidad en el aire que me ponía nervioso y me inquietaba. Charlé con el un rato como intentando compartir su alegría. Siempre es apasionante que alguien te cuente con ilusión sus proyectos próximos, más aun cuando se trata de un viaje, parece como si tu también fueras a viajar y a comenzar una aventura.

Al final descubrí el porque de esa mirada. Por qué algo que nosotros damos por hecho que es algo celebrable, tenía una parte amarga que era inevitable de esconder y hacía que todo tuviera otro color. Tenía miedo de reencontrarse con su propia familia. Es un sentimiento bastante contradictorio que no sabía reconocer hasta ese momento.

Alí, que es como se llama, iba a su tierra natal, donde le esperaban toda su familia y sus amigos, esos que hace ya 5 años dejó atrás para embaucarse en una de las mayores aventuras que se suceden de forma común en estos tiempos. Traté de ponerme por un instante en su lugar con los datos que el me contaba. Hacía 5 años que no veía a su mujer y a sus hijos, no sabía que se iba a encontrar, pese a que mantenía un contacto habitual por teléfono. Incluso tenía un hijo que no conocía, puesto que cuando partió en su viaje su mujer estaba embarazada, tenía miedo de la reacción de sus hijos.

Aparte de todo eso, a su pueblo en Senegal debía llegar como un triunfador. Como las películas de los años 70 de "vente a Alemania Pepe", donde el que vuelve se le supone un triunfador, y ha de lucirse ante todos deshaciéndose en regalos, cuando la realidad, de miseria y pena que ha pasado, resultan inconfesables.

Anoche mirando por la ventana antes de acostarme, pensaba en él, ya que casualmente la avenida donde vive se ve desde mi ventana, y casi puedo ver donde vive. Y me lo imaginaba dando vueltas en la cama, o despierto, sentado en la cama sin poder dormir, pensando en la ruta de su viaje, transbordos, toneladas de documentación y miedo. Miedo por el viaje en si, que salga todo bien, miedo por que la aerolínea le deje facturar todo el equipaje (lleva incontables regalos), miedo por el recibimiento, miedo por la reacción de su familia, miedo por no colmar las expectativas, miedo por lo que se vaya a encontrar, miedo por tener que volver a despedirse, miedo de perder un papel y no poder regresar a España.

Resulta inquietante ver a hombre de más de un metro noventa, corpulento, curtido de trabajar en el campo y en la construcción con miedo en su mirada, indefenso ante lo que viene. Como todo, es algo que no es nuevo, pero hasta que no lo ves con tus propios ojos o en alguien conocido no lo piensas de verdad.

Espero que el viaje a Ali le salga bien, que colme sus expectativas, que vuelva para a trabajar como una bestia (sus encalladas manos dan fe de eso) para seguir enviando dinero a su familia, y que regrese con las fuerzas renovadas continuar luchando en un país extraño donde aun le cuesta entender el idioma y todos le miran raro por la calle (es negro como el tizón el jodio, y en este pueblucho eso aun nos llaman la atención).