El pasado lunes quedé con Enrique para tomarme unas cañitas en la casona alta, y por costumbre, llevaba el mechero encima, tabaco no, porque se me había acabado el fin de semana y aun no había comprado.

Ahí estaba yo, en el ambiente propicio para charlar y fumar tranquilamente al aire libre, viendo la gente pasar. Aguanté mi culo pegado a la silla de mimbre para no levantarme a la máquina del bar y comprar un paquete de nobel. Round1 conseguido. Lo mismo hasta lo consigo, pensé.

Camino a casa me encontré con Pedro. Hacía tiempo que no le veía y nos tomábamos unas cañas juntos, con la complicidad que nos da el conocernos hace años, y haber trabajado juntos unos 3 años. Pedro fuma, y como era habitual entre nosotros, al encender el primer cigarro en el bar con la primera caña, me ofreció con naturalidad. Decliné la oferta aun no se como. El tabaco queda a la vista en la mesa. Las cañas siguen... se nos va de las manos. Nos contamos lo hecho en el verano, le damos un repaso a todo los que nos rodea, proyectos, etc.

Cierran el bar, empiezan a poner las banquetas sobre las mesas y a mirarnos mal los camareros. El bar es la giraldilla, salimos a la calle, descojonados porque hemos podido pagar todas las rondas de milagro, tirando de "lo rojo", que es como una vez Pulga definió a todas esas monedas de 1, 2 y 5 céntimos que se pierden por los bolsillos y que de muy poco sirven.

Con las ganas de seguir que cruzcampo inyectaba en nuestros cuerpos, casi no hubo que decir que buscábamos un cajero y un sitio donde tomar "la última". No se como acabamos en la tapita portuguesa, bar donde Manolo es cliente habitual. De hecho se lo recordé al camarero, y al no caer en quien le digo, le enseñé una foto de móvil. Aprovechando la coyuntura, y sabiendo que Manolo andaba solico (soliiiiiiiico) por Barcarrota me decidí a llamarle para charlar con el un ratillo.

El caso es que terminamos despachándonos en la barra del bar el jamón serrano que Pedro había comprado en el corte inglés para cenar, con el camarero del bar, acompañandonnos con más cerveza, hablando con él de la crisis, de las pequeñas realidades ajenas, de sus proyectos y expectativas.

El tabaco seguía en la mesa, el humo, los gestos, ese color anaranjado de la punta cuando se da una buena calada... mi voluntad por los suelos debido a las nosecuantas cervezas. Pero aguanté el segundo round.

El ritmo se dobla, cuando fumas y estas de copas, o de cervezas, o picoteando, vas alternado lo uno con lo otro. Es decir, un trago, una caladita al tabaco, vas a un ritmo pausado, a dos manos, el cigarro en una el vaso en la otra.

Cuando una de las dos manos le quitas uno de sus hábitos, sucede que no sabes que hacer con ella. Te pide guerra, te sientes como descolocado, así que lo suples con los movimientos de la otra, llegando a comer o a beber como un auténtico bestia.

Al final dejamos que cerrara el bar, ya que cuando entrábamos estaba apunto de cerrar con el local vacío, y Pedro que también es amigo de ellos, le convenció para nos dejara tomar la última. Me volví a casa castigado de tanta cerveza, pero contento por los dos rounds ganados. Mis padres preocupados, no se como me habían dado las dos de la mañana de un lunes, tenía el móvil en silencio y algunas llamadas perdidas...

Ya veremos el fin de semana.